¿A quién le interesa los famosos? En empleo de celebridades en los comerciales revela pobreza de ideas y no siempre da retornos a los anunciantes

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¿Abusa la publicidad del uso de famosos? ¿Es esto conveniente? Aquí le presentamos la opinión de Fernando V. Perez, un consultor chileno que nos plantea este interesante debate.Fernando Vigorena Pérez es Ingeniero Comercial y socio desde 1987 de Entrepreneur Consultores Gerenciales, una de las más pretigiosas consultoras especializadas en cambio y outplacement en Chile.

Preste atención al próximo comercial que verá en la televisión o en los diarios y revistas. Apuesto que usted se encontrará con tres o cuatro avisos seguidos en los cuales se usan celebridades y “famosos de ocasión” para promocionar desde tiendas de departamentos a productos o servicios variados.

Hace unos años atrás, ese recurso estaba restringido a las agencias menos dotadas y a las propias empresas o house agencies. Tales comerciales eran fruto de la falta de imaginación creativa, aficionados o a puro deslumbramiento. Las agencias más poderosas y sus clientes más profesionales tenían cierta reticencia a usar esa solución primaria y de reconocido rechazo por parte de los consumidores.

Hoy, infelizmente, la cosa superó todos los límites. El uso de los llamados “testimoniales” se viene arrastrando en la misma proporción que la farándula local. Es preocupante porque afecta una de las misiones más importantes del marketing, que es el construir imágenes sólidas y duraderas para las marcas. Porque el uso de celebridades como avales de productos, lo que hace es tercerizar la credibilidad, como un efímero arriendo de la notoriedad ajena, como si un producto solo no pudiese tener valor y personalidad propios, necesitando de ayuda para entrar en los hogares, corazones y mentes de la gente.

El uso injustificado de famosos, casi siempre vinculados a la farándula, significa que el anunciante no cree en su marca, en su oferta, en su agencia, o en las tres juntas.

Otro problema con este truco barato, es que es caro. Los caches u honorarios de los famosos están cada vez más altos, dragando cuantías considerables de recursos que podrían ser mejor aplicadas. Pero el anunciante, apoyado en la falsa seguridad que el testimonio de la celebridad da, no percibe que está gastando más de lo que necesita. Lo que es, en lo mínimo, contradictorio con la necesidad de racionalizar los gastos y la inversión en publicidad. La celebridad no termina por colocar ninguna neurona a la publicidad.

Otro factor importante, es que un producto promocionado por una “personalidad” queda totalmente dependiente de la personalidad, calidad de vida y temporalidad de la conducta de éste. Podría verse envuelto en un escándalo, o aparecer manejando borracho, cambiar de sexo, o cambiarse a la competencia.

El término “testimonio” no es muy apropiado, porque se trata, eso sí, de falso testimonio, perjurio de verdad. ¿Acaso alguien cree de ellos usen el producto que anuncian? El consumidor, al menos, no cree, y eso lo confirman todas las investigaciones sobre el asunto. Ellos saben que están ahí por el caché, a pesar de que agencias y clientes se esmeren en subestimar el intelecto del consumidor.

Es necesario admitir que el recurso es altamente eficiente en ciertos casos. Funciona maravillosamente con niños inocentes y con personas muy humildes, que confunden al actor con el personaje y se tragan cualquier cosa. Un motivo más para que las empresas serias utilicen los “testimonios” con profesionalismo.

Claro que hay agencias y anunciantes que usan a los famosos como competencia, basándose en esquemas creativos en los cuales se respeta la inteligencia del consumidor. En esos casos, se nota que las celebridades comparecen al servicio de una idea y no en sustitución de ellas.

Buenas ideas agregan valor al producto y a las marcas, economizan caches, superproducciones, efectos especiales y otras figuras. Abaratan la producción y aceleran los resultados. Buenas ideas construyen una marca y un negocio. Mientras que un testimonio de famosos constituye, antes que todo, la casa en la playa de quien cobró el caché.