Según el estudio, el 40% de los que nacen pobres permanecerán así toda su vida.
Por: Sebastián Campanario – CLARIN.com
«Algún día, hijo mío, todo esto será tuyo». En la Argentina, el «todo esto» de la frase se refiere con mayor frecuencia a deudas, miseria y falta de oportunidades que a bienes materiales. Al contrario de lo que sucede en países como EE.UU., Chile e Italia, a nivel local la pobreza se hereda más que la riqueza. Puesto en términos económicos: es más probable que el hijo de un padre pobre siga siendo pobre que los descendientes de un rico permanezcan toda su vida en la franja más adinerada de la población. La conclusión surge del primer estudio de «Movilidad intergeneracional del ingreso», realizado por las economistas salteñas Mónica y Maribel Gimenez en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Y revela otro dato inquietante: la movilidad (posibilidad de mejorar la situación económica con respecto a los padres) en la Argentina es menor entre las mujeres. Casi cuatro (un 38%) de cada diez chicos que nacen en un hogar ubicado en el quintil más bajo de la pirámide socioeconómica (el 20% más pobre) permanece en esa condición el resto de su vida. En contraposición, sólo un 22% de los hijos de padres que están entre el 20% más rico de la Argentina sigue estando en ese «quintil» en su vida adulta. Aquí se cumple el proverbio chino de que la riqueza no «aguanta» tres generaciones: una la amasa, la otra la gasta y la tercera entra en quiebra. Este último dato contrasta fuerte con la evidencia para EE.UU., Italia y Chile, donde casi la mitad de los hijos de los más ricos conservan su estatus económico. Para las hijas mujeres, la tasa de inmovilidad (la probabilidad de que no cambien de clase social) aumenta entre un 2% y un 3% con respecto a los varones.
«La desigualdad económica percibida como desigualdad de oportunidades es, probablemente, una de la principales fuentes de descontento e inestabilidad social y política», dicen las economistas, que hablan de un «efecto túnel» para las capas más desfavorecidas: la imposibilidad de ver una luz al final del pasillo provoca un desaliento que refuerza el círculo vicioso. Por la escasez de estadísticas (la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), de la cual surgen los datos de pobreza, no se divulga desde 2007), el trabajo de la UNLP es uno de los pocos que existen sobre esta temática. Pero las economistas advierten que la falta de movilidad entre los pobres podría ser mayor que la que revela el estudio: la EPH se releva en los grandes centros urbanos, y se supone que en las zonas rurales la persistencia intergeneracional de la miseria es más alta.
La pelea por las estadísticas y el INDEC abrió una fuerte grieta entre el Gobierno, que acusa una pobreza del orden del 16%, y los economistas privados, que la ven por encima del 30% si se tiene en cuenta la «inflación real». Los más de 10 millones de argentinos bajo la línea de pobreza a pesar de que en los últimos seis años el país creció un 50% hace que sociólogos como Artemio López hablen de una «pobreza perpetua», un núcleo duro impenetrable para las políticas públicas que hace que convivan en la misma casa abuelos, padres e hijos indigentes. ¿Cuáles son las «trampas» que generan esta pobreza perpetua intergeneracional? La inflación y los bajos salarios son parte de la película.
Leonardo Gasparini, el mayor experto argentino en desigualdad y director del Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales de la UNLP hace énfasis en el factor educacional como «explicador» de la petrificación social: son pocos los hijos que superan el nivel educativo de sus padres. Y la divisoria entre ricos y pobres se da sobre todo en el nivel terciario, aún un privilegio de las clases más altas.
Pero hay otras trampas de pobreza perpetua, que muestran estudios de economía no tradicional. Raquel Fernández, de la Universidad de Nueva York, dice que en América latina el nivel de casamientos «intra clase social» es mucho más elevado que en Europa y EE.UU.: al contrario de lo que sucede en las telenovelas, es raro que un rico se case con alguien pobre. Y Sebastián Ludmer, un economista argentino de la UBA que investigó en Princeton junto al Nobel John Nash («Una mente brillante») descubrió una trampa que tiene aportes de la Psicología: los ricos, al no pasar necesidades, tienen menos tentación que los pobres a consumir, ahorran más y refuerzan así el círculo vicioso.