ALEJANDRO PISCITELLI: ""El libro y la pantalla están en conflicto, y ya de una manera muy violenta"

Foto del avatar

La brecha entre los que militan en la cultura del libro y la del mundo digital es ya irreversible. Los mayores damnificados son los alumnos que suelen tropezar con docentes en rebelión perpetua contra las nuevas tecnologías.

Fuente: CLARIN.com

 

La gran expansión de Internet y de las nuevas tecnologías digitales, los usos -a veces revolucionarios- que de ellas se hacen y las profundas transformaciones que han provocado y prometen a las sociedades configuran la cultura de la pantalla, que convive/lucha con la más tradicional cultura del libro.

 

Alejandro Piscitelli sigue de cerca esa contienda y la analiza en campos tan diversos como la educación, la televisión, las redes sociales y los videojuegos.

Usted plantea la necesidad de lo que llama mediadores tecnológicos intergeneracionales. ¿Qué rol deberían cumplir esos agentes?

La denominación es rimbombante, pero la función es indispensable y casi inexistente. Hoy conviven muchas culturas, pero las dos más notorias, y que están coexistiendo con mucha dificultad, son la del libro y la de la pantalla. Los mediadores de los que hablo deberían ser una especie de traductores entre ambas culturas. Los veo en una función provisoria y limitada, pero necesaria, porque el libro y la pantalla están en conflicto, y en ese conflicto existe una violencia simbólica muy grande.

¿Violencia simbólica?

Lo que está pasando es que la pantalla ya no es sólo un soporte tecnológico, es un dispositivo de producción cultural muy fuerte, y en clara competencia con el libro, con la cultura del libro, con la práctica de la lectura, con la socialización, con la alfabetización, incluso con la generación de valores. La postura de algunos autores como la antropóloga Paula Sibilia, ahora menos agresiva, es que si se pierde la cultura del libro se pierden la intimidad y la subjetividad. Por supuesto que se pierden, pero eso no es tan importante. ¿Qué se pierde? La intimidad y la subjetividad ¡del sujeto burgués! Es rarísimo que gente de la izquierda defienda al sujeto burgués.

También se vería afectada la figura del autor.

Se está dando la explosión de la noción de autor. Y también la explosión de la noción de monopolio productivo en manos de pocos. Esta apropiación de la potencia creativa por parte de los que antes llamábamos espectadores es vista como una usurpación e irrita. Hay gente que se cree genial y ve que «bárbaros» se están apropiando de los medios de producción. Antes el lector resignificaba, ahora directamente, en el caso del video y de la música, remasteriza. Se están metiendo con la identidad de la obra y con la del autor. Lo que la gente está cuestionando es la idea de la propiedad intelectual, del copyright.

De todos modos, hay autores profesionales que usted reivindica, los de varias series de televisión.

Sí, no estamos diciendo «mueran los profesionales, vivan los amateurs». Yo no haría un remate para que alguien me opere. Puedo estar muy alegre con el estallido del autor, pero no pienso que cualquiera pueda ser un buen cirujano. Entonces, creo que no tenemos que confundir las cosas. Efectivamente, las mejores series de televisión, que encarnan lo mejor de la narrativa contemporánea, están hechas por autores, por guionistas excepcionales. El estallido del autor no me parece incompatible con la existencia de autores y de talentos. Lo que sí creo es que ahora tenemos muchos más talentos que antes. Y tenemos, en la gradación que va del talento al no talento, una mayor cantidad de gente, que antes no era visible porque no existían las tecnologías necesarias.

¿Qué méritos destaca en las buenas series de televisión?

Creo que debemos tratar de escaparnos de esas confrontaciones que eran libro profundo/televisión superficial, libro complejo/televisión simple. En el caso de Los Soprano, por ejemplo, lo que hace tan valiosa a la serie es la absoluta ambigüedad moral de los personajes, que rompe con el esquema buenos/malos. En Los Soprano son todos muy grises. Estas series presentan guiones tan complejos que hacen que los espectadores deban esforzarse, no ya para saber qué pasará sino para entender qué está pasando; pero además son tremendamente ambiguas desde el punto de vista moral, y la ambigüedad sirve para pensar. En estas series el tonto es vivo, el que se creía insensible no lo es; nos devuelven a ese estado mucho más conflictivo que tenemos todos. Y esto es más notable porque el cine de Hollywood se ha vuelto aburridísimo.

En su último libro, Nativos digitales, también habla de Dr. House.

Una serie como Dr. House es en algún sentido bastante simple, con un esquema que se repite. Pero lo interesante de House es que altera la epistemología y la causalidad dominantes. La causalidad dominante dice: primero diagnostico y después prescribo. House prescribe para diagnosticar. Y esa es la clave de todo, la clave de quiebre de racionalidad, del quiebre de lógica, de expectativa, y también de quiebre de la supuesta deontología médica, que dice «cuidamos al paciente». En ese sentido House es muy revulsivo, y yo creo que la gente se engancha mucho con la crítica al falso humanismo. Ante los dualismos de la cultura de los que hablábamos antes, está el que hace pero sin escrúpulos, y el que critica pero sin posibilidad de acción. Bueno, parecería que House está más cerca del primero, pero no es así, House es bifronte, anfibio, polivalente. House es un tipo que comulga con las dos culturas. Me parece que en muchas de estas series los que llevan el hilo conductor son personajes que encarnan una tercera cultura.

Con sus alumnos de la UBA usted llevó adelante una investigación sobre/en redes sociales. ¿Por qué eligió Facebook para ese trabajo?

Cuando nosotros entramos a Facebook a ver lo que íbamos a hacer, había 200 millones de personas; hoy hay 240 millones. O sea, en los cuatro meses en que estuvimos investigando, entraron 40 millones de personas más. ¡Una Argentina más! Sólo eso nos dice algo; estamos frente a un fenómeno muy grande. El segundo dato es que quienes están en Facebook ya no son más los chicos originales, los de 18 a 22 años, de Harvard. Ahora la mayoría de los usuarios tiene entre 35 y 45 años. En la Argentina, está ahí adentro el diez por ciento de la población, todo el ABC1. Muchísima gente a quien no le interesa Internet, que no sabe mandar un e-mail quiere estar ahí. Pero en realidad, analizar Facebook desde adentro, metiendo a los alumnos allí, fue un pretexto. Estamos detrás de otra cosa que no tiene nada que ver con la tecnología ni con Facebook. Se nos ocurrió usar Facebook para que los alumnos aprendieran por sí mismos, siguiendo la tesis del maestro ignorante, de Jacques Ranciere, que dice que la única función del docente es que el alumno aprenda por sí mismo usando su propia tecnología. Nuestro uso de Facebook fue un uso contraeducativo o, si se quiere, un uso edupunk. La idea era que las hipótesis de investigación las hicieran los propios alumnos. Nosotros funcionábamos como disparadores, orientadores. En ese sentido el éxito fue absoluto porque llegamos a tener clases con el cien por ciento de los alumnos.

En este caso usted tuvo éxito. Por su experiencia, ¿cuáles son las principales dificultades al llevar las nuevas tecnologías a las aulas?

Lo que ocurre con la introducción de la tecnología en el aula es rarísimo. Se dice: «Hay que formar a los docentes en que entiendan y usen mejor la computadora, que usen mejor Internet». Primero habría que ver si eso es posible. Yo cada día estoy más convencido de que no lo es. Estoy totalmente convencido de que darles a los docentes herramientas que no valoran, y que consideran menos importantes y menos interesantes que las de la cultura del libro, es anular la potencialidad de la nueva tecnología. Es como decirles bueno, úsenla como un espejito de color. De mi experiencia en Educ.ar (ver recuadro) me quedó claro que cuando existen brechas y conflictos generacionales y culturales, es infinitamente más importante la actitud que la aptitud. Un docente que no tiene una actitud favorable hacia la tecnología jamás va a adquirir las aptitudes para usarla en forma liberadora. Y lo que va a terminar haciendo es la peor combinación, que es enseñar lo mismo de siempre usando otras herramientas, que es lo que se hace en casi todos lados. Todo sería diferente con una actitud concordante con la del maestro ignorante, que permite callarse la boca. Porque el problema muchas veces es que el docente habla demasiado; no se calla nunca.

Usted propone no pensar sobre los videojuegos, sino a través de ellos. ¿Cómo sería eso?

Los videojuegos son un gran enigma. En principio habría que recordar que son viejos. Ya tenemos una cultura de medio siglo de videojuegos. Con lo cual es de una ignorancia total suponer que los videojuegos son un tema sólo de los chicos. Cuando proponemos pensar a través de los videojuegos, estamos pensando fundamentalmente en el fenómeno de la simulación. Estamos acostumbrados a que la gran mayoría del conocimiento se genere por inducción y por deducción. Sin embargo, la simulación es algo increíble. La simulación es preguntarnos ¿qué pasaría si? Esa idea es literaria, y ¿qué diferencia hay entre un videojuego y la personificación que opera en la literatura? Que la identificación en la literatura es puramente metafórica, donde usted puede imaginar sus alternativas, pero básicamente es el personaje que escribió alguien. En el videojuego no está prefijado su camino. Sobre las bases de unas reglas que pone el autor, usted tiene alternativas para recorrer y puede ir cambiando relativamente esas reglas. El videojuego no es una simulación mental, es una simulación más física. Y tiene un poder de impregnación y de fabricación de nuevas realidades que aún nadie entendió.